1 de julio
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Le devuelvo su libro, y si desea saber mi opinión sobre él, sólo le diré que en toda mi vida he leído libro tan excelente. De suerte que me pregunto cómo he podido vivir hasta aquí hecho un verdadero zopenco. ¡Dios me perdone! Resulta, hija mía, que no sé nada de nada. Se lo confieso francamente, no tengo cultura. He leído hasta ahora poco, por no decir nada. La imagen del hombre, que es un buen libro; La grulla de Ibico y Del niño que tocaba varias piezas de música con campanas. Ahí tiene todas mis lecturas. Pero ahora, he leído El inspector, y sólo puedo decirle, que se da el caso de que uno esté en el mundo y no sepa que tiene al alcance de la mano un libro en el que se describe toda una vida con todos sus detalles. Pero vea usted, además por que le he tomado cariño a su libro; muchas obras hay que, por muy notables que sean, se pone uno a leerlas y no saca la menor sustancia. Yo soy torpe por naturaleza; así que no puedo leer ninguna obra demasiado profunda. Pero ésta que le digo la lee uno y le parece como si la hubiera escrito uno, ni más ni menos que si le hubiese brotado el corazón. Yo mismo no tendría ninguna dificultad en escribir así, de veras. ¿Por qué? Porque yo siento exactamente las mismas cosas que ese libro dice. También me he encontrado a veces en la mismísima situación que ese Samson Vyrin. ¡Cómo se emborrachaba cuando la desgracia cayó sobre él, y cómo se pasaba el día entero durmiendo, y cómo hacía para ahuyentar las penas con un ponche, y cómo rompía a llorar, de modo que tenía que enjugarse con su sucio forro de piel las lágrimas cuando se acordaba de su pobre cordera extraviada, de su hija Duniascha!
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