jueves, 11 de agosto de 2022

“Carcoma” de Layla Martínez (Amor de madre) (#diariodelectura)

Dentro del género de terror está la categoría específica del niño que desaparece, ya sea porque alguien lo robe (el narrador, que pasaba por allí) ya porque echa a correr y cae en un armario, que para el caso es lo mismo. Pues bien, en esta novela eso es exactamente lo que pasa: que desaparece un niño. Y la cosa está en ver cómo (si fue el león, la bruja o el armario) y por qué, para lo cual la narradora concentra en algo menos de doscientas páginas (gracias, por cierto) la historia, muy resumida, de cuatro generaciones de mujeres y su relación entre ellas desde una casa construida años antes por el pater familias, un tipo despreciable en grado sumo que empieza de putero y termina como se merece.

Sin rodeos: Carcoma es una novela “con” casa encantada, que no “de” casa encantada porque aún habiendo en la choza motivos suficientes para dos trilogías, Layla Martinez concentra sus esfuerzos en hablarnos de quien la habita, a saber: la bisabuela, la abuela, la madre y la nieta, siendo la segunda y la cuarta quienes que se reparten la voz cantante en capítulos alternos en los que, con la excusa de explicarnos la milonga del niño que desaparece, desarrollan largo y tendido el drama familiar de ser pobre y encima no saber rodearse de otra cosa que hijos de puta.

Se ha cogido la costumbre, cuando se habla de este libro, de hablar de feminismo, violencia de género o lucha de clases, así como de venganza y justicia a raudales y, bueno, sí; sí pero y qué. Sí, pero y nada. Que no les líen: Carcoma funciona porque hay una vieja medio cabrona y una nieta que es el mismo demonio y una casa encantada y un fantasma o dos o ciento y la madre en medio puñado de páginas. Y encima desaparece un niño. Y un libro puede ser la hostia porque es la hostia o puede ser la hostia por comparación, porque estamos tan acostumbrados al truño y al tocho que nos dan un aquí te pillo aquí te mato mínimamente decente y ya nada más que “queremos a Layla”.



Volver a Chabon (#diariodelectura)


Volver a Chabon como quien vuelve a los noventa, cuando escritores como Wallace, Sedaris, Lethem, Eugenides, Díaz, Franzen, Palahniuk o Eggers se erigían como los nuevos puntales de la literatura americana. 

Tiempo después, en 2006, Lev Grossman se preguntaría en un artículo en The Times quién de todos estos había acabado siendo la voz de su generación. No llega a ninguna conclusión válida (probablemente porque no la había aunque el tiempo parece haber dejado a Franzen como único vencedor) pero sí aprovecha la reflexión para dejar caer, en un comentario no exento de nostalgia y cierta carga poética, la forma en que los lectores "enfrentarían" a partir de entonces la lectura:

«El hecho es que una generación de lectores probablemente nunca más se reunirá en torno a un solo libro de la manera en que lo hicieron en el siglo 20, cuando Holden Caulfield fue a buscar los patos en Central Park». (1)

Y volver a Chabon como volvíamos a Salinger.




(1) «Vivo en Nueva York y de pronto me acordé del lago que hay en Central Park, cerca de Central Park South. Me pregunté si estaría ya helado y, si lo estaba, adónde habrían ido los patos. Me pregunté dónde se meterían los patos cuando venía el frío y se helaba la superficie del agua, si vendría un hombre a recogerlos en un camión para llevarlos al zoológico, o si se irían ellos a algún sitio por su cuenta». Holden Caulfield